SOBRE LA UNIVERSIDAD

Parte 1 de 4

Originalmente la universidad naciente, en los siglos XII y XIII, nace como un espacio donde se hace ciencia, donde se despierta ese amor por el saber, en el marco de un camino hacia Dios. De ahí que las siete ciencias que se enseñaban en esos grupos nacientes de profesores y alumnos, de maestros y aprendices, eran justamente denominadas como el trivium y el quatrivium, es decir las tres y las cuatro vías, hacia el encuentro con Dios. De esta manera se recuperaba ese camino hacia Dios desde la ciencia, en el motor de la razón. En esa concepción de la razón que tuvo el Cardenal Newman, como algo que nos motoriza y nos impulsa hacia Dios, impelida justamente por ese misterio que la excede.

El Trivium comprendía gramática (el correcto escribir), retórica (el correcto decir) y lógica (el correcto pensar). El Quatrivium contenía aritmética (la precisión de los números), geometría (las formas), música (vinculada a los números, por el ritmo y los tiempos) y astronomía (la armonía del movimiento de los astros). Todas estas artes se enseñaban bajo la luz de la teología, para que el hombre no se llenara de soberbia solo con su ciencia.

Es decir que la idea primigenia de la universidad fue fundamentalmente la formación de la persona, haciendo ciencia a través de las vías para llegar al Creador. Esta perfecta armonía entre la ciencia, subordinada a la teología, permitió un desarrollo científico en un marco de lo moral. La razón, convenientemente educada, nos conduce necesariamente a Dios.

Desde los inicios, cuando la universitas era sólo un gremio más que reunía a los que se dedicaban a hacer ciencia, y no tenían ni siquiera espacio físico, esta dedicación al saber, este amor a la ciencia producía poder. El saber es poder, y esto fue un hecho innegable a lo largo de la historia de la educación humana. Por eso los pueblos siempre se preocuparon por educar a sus ciudadanos.

Este hecho, junto con otras circunstancias del momento, hacen que Napoleón, en el siglo XVIII, se haga cargo, como emperador, de la educación en su imperio, pues en su concepción, solo el estado era el que debía determinar que se debe enseñar. Y nace la profesionalización de las universidades, es decir la dedicación a la producción de profesionales, personas que saben hacer algo específico, pues eso era lo que el imperio napoleónico necesitaba de la educación. Y este esquema educativo es el que nos llega a los países de latinoamérica y centroamérica, de la mano de España, que era parte del imperio napoleónico.

Pero esto trajo aparejadas otras consecuencias, ya que la universidad se aleja y caduca en su fundamental tarea de vincular la ciencia a Dios, formando de esta manera personas con una visión moral del mundo. Adicionalmente se fortalece el positivismo, que en definitiva es el cáncer de las universidades, pues aleja al hombre de la cosmovisión cristiana.

Estas consecuencias no son cosas de importancia menor. La iglesia, según el mandato de Nuestro Señor, no sólo debe encargarse de la tarea kerigmática, es decir del primer anuncio, aquel que comenzó cuando María Magdalena proclamó que Cristo había resucitado, sino que también debe velar por que esta siembra del primer anuncio se arraigue en los corazones del pueblo cristiano, en este mundo cada vez mas positivista. En esta segunda tarea, la Iglesia recibía el aporte extraordinario de la universidad, ocupada no solo en hacer ciencia, sino en reflexionar permanentemente la síntesis entre fe y razón.

Caducada la Universidad en esta tarea, queda un vacío en este tema, de tal manera que, producida la caída del imperio napoleónico, la iglesia comienza a promocionar las universidades católicas, para que la ciencia continúe estando iluminada por la fe.

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