CARTA A UN HERMANO SACERDOTE
SOBRE EL SENTIDO DEL CELIBATO PARA LOS LAICOS
Querido hermano sacerdote:
Soy un laico, felizmente casado hace 48 años, y trabajador apostólico activo desde hace el mismo tiempo. En este camino de la siembra he trabajado hombro a hombro con muchos sacerdotes, y la mayoría de ellos me dieron valiosos testimonios, pues como dice un obispo, “solo convierte la palabra que se identifica con la persona que la lleva”. Sobre todo, un muy querido sacerdote, el padre Osvaldo, que ya marchó a la Casa del Padre, que mas que maestro fue amigo y me acompañó en casi toda mi vida apostólica.
He decidido escribirte esta carta, pues en estos turbulentos tiempos donde cada falla al celibato es amplificada, resaltada y utilizada para sacar las más disparatadas conclusiones y afirmaciones, incluso de los mismos católicos, necesitaba decirte lo que siento sobre este tema.
Cuando era niño (tenía diez años) iba a un colegio salesiano, y el rector quería que fuera al seminario. Yo estaba muy entusiasmado, pero mi madre dijo que no. En ese momento no entendí, y me quedé muy triste. Luego de mucho tiempo, en una misa, me encontré nuevamente con este sacerdote (ya con muchos años encima). Me acerqué, le recordé aquel evento de mi niñez, y le conté que estaba casado y con tres hijos. Entonces me dijo: “Menos mal que tu madre no te dejó ir, pues no estabas llamado al sacerdocio”.
Y es que el sacerdocio es un llamado, una vocación, que tiene incluido un regalo, un don: el celibato. El abrazo de una entrega total a la iglesia en el sacerdocio implica la renuncia a una familia y al ejercicio de la genitalidad (no de la sexualidad). De la misma manera que la entrega a mi esposa en el sacramento del Matrimonio implica la renuncia a todas las otras mujeres del mundo. Y es que me parece, amigo sacerdote, que cuando la gente habla de que “la iglesia debería suspender esa disciplina”, se refiere mas al ejercicio de la genitalidad que a un verdadero concepto de fidelidad para toda la vida. Si es solo por el sexo, ningún casado (que se mantiene fiel a su cónyuge) puede afirmar que tiene sexo todos los días, ni siquiera que lo tiene cuando quiere, ni que todas las veces que lo tuvo fue espectacular. Un sacerdote que se casara debería ser fiel de por vida a una sola mujer, y sus infidelidades serían igual de escandalosas que las infidelidades al celibato.
Cuando les preguntaba a los seminaristas del seminario menor si sabían el porqué del celibato, me respondían que es por la practicidad de moverse de un lado a otro sin familia, y para poder dedicar todo el tiempo a su tarea. Pero estos parecen motivos prácticos que no entusiasman a nadie. También podría encontrarse tiempo para el apostolado con esposa e hijos. Se les escapaba justamente la faceta fundamental del celibato, y es que es un signo de Dios a su iglesia.
Y digo a su iglesia, no solo al clero ordenado. El celibato del sacerdote tiene un sentido también para nosotros, los laicos casados. El don del celibato a un hombre es la garantía que tenemos todos los miembros del pueblo peregrino de que la iglesia sigue siendo asistida por el Espíritu Santo. La iglesia no puede crear seminarios para formar funcionarios eclesiales. La iglesia se ve obligada a esperar que el don aparezca, que la vocación se manifieste, que el Espíritu sople, y entonces, solo entonces, debe cuidar para que esa entrega y aceptación del don prospere.
Así es amigo sacerdote, tu celibato no es solo una disciplina para facilitar la entrega. Es fundamentalmente un signo del Espíritu Santo a su iglesia, para que todos veamos la presencia y la compañía de ese Dios Padre y amigo en este peregrinar diario. Por eso los laicos necesitamos de tu celibato, y así mismo tenemos obligación de custodiarlo y atenderlo, facilitándote la compañía y la amistad de una familia, a la que generosamente renunciaste pues abrazaste un llamado superior, tu llamado a servir a este pueblo que camina.
Por último, amigo, te pido que, si alguna vez te sientes flaquear en este compromiso, recurras a nosotros, laicos y miembros del mismo pueblo caminante, que te ayudaremos a recuperar las fuerzas. Pero si no te crees capaz de aceptar y abrazar este don del celibato, o si creíste que lo tenías y no lo tienes, por favor, no esperes que te descubran en la infidelidad para entonces dar explicaciones humanas sobre la soledad y la necesidad sexual. Eso nos causa mucho dolor a los que necesitamos de tu honestidad en el compromiso sacerdotal, escandaliza a los más débiles en la fe, y permite que quienes nos atacan tengan un excelente argumento. Retírate antes, en silencio, para encontrar tu camino y así no utilizar los bienes de la iglesia en tu beneficio personal.
Hermano sacerdote, déjanos encontrar en tu celibato ese signo que nos acerca al Dios amoroso, que acompañaba al pueblo en el desierto con una nube de día, para apaciguar el calor, y una luz en la noche para borrar los fantasmas. El don de tu celibato nos da la garantía de que el Señor sigue asistiendo a su iglesia hasta el fin de los tiempos.
Rezo por tu vocación y para que tengas la disponibilidad alerta, y siempre estaré a tu disposición.
Carlos Burgo – Movimiento Puente