La organización de capellanes de la Universidad de Harvard eligió un nuevo presidente para coordinar las comunidades religiosas cristianas, judías, hindúes, budistas y diversas del campus universitario. La peculiaridad se da en cuanto a que, Greg Epstein, el flamante presidente, de 44 años, no se identifica con ninguna de esas religiones, él se declara ateo.
Autor del libro “El bien sin Dios: lo que creen mil millones de personas no religiosas”. La elección unánime, fue basada en la creciente falta de religiosidad de los jóvenes. Pareciera ser una opción inusual para ocupar el cargo. Epstein coordinará las actividades de más de 40 capellanes de la universidad
El Obispo Auxiliar de Los Ángeles, Mons. Robert Barron, dijo que los capellanes de la Universidad de Harvard demostraron una “rendición total y abyecta” al elegir a un ateo como presidente de su asociación.
La reflexión a la que esta situación podría llevarnos, señala directamente a nuestro quehacer como bautizados, llamados por el mismo Cristo a anunciar el evangelio a toda la creación ¿llevamos a Cristo a nuestros ámbitos o caemos en este tipo de rendición ante una masa que se resiste a creer? Dejamos de nombrar a Jesucristo apelando a un “respeto humano”, creyendo lo que se presenta a la sociedad, de que hablar de Dios es discriminatorio para quienes no creen y que tristemente muchos cristianos llegaron a creer. ¿Dónde dejamos nuestros valores? ¿Dónde quedó aquella perla preciosa por la que vale la pena vender todo?
Epstein, dirigirá esta organización de más de 40 personas que representan unas 20 religiones, creencias y movimientos espirituales, con la premisa de que él estará “representando a todo el grupo, pero no representará sus propias opiniones, si es que esto es posible para alguien que postula que, “No buscamos respuestas en un dios”, “Somos las respuestas de los demás”, quitándole así el valor trascendental a la fe, y quitando a Dios de su lugar para colocarse ellos mismos como “la respuesta de los demás”, de la misma manera hoy corremos a diario el peligro de dejarnos dirigir por quienes no nos representan o declinando nuestra fe para formar parte de esa masa que sí es representada, como los sucedido en 1Sam 8,5 cuando el pueblo pide un rey para ser juzgados como el resto de las naciones.