LA JUSTA SOCIEDAD EN EL PENSAMIENTO DE SAN AGUSTÍN

En el marco de la fiesta de San Agustín que se celebra el 28 de agosto te proponemos recorrer algunos de sus pensamientos y reflexiones que nos ha dejado este gran santo. En este texto podremos observar lo actual y necesario de lo que ha escrito nuestro querido San Agustín con respecto a la Iglesia y a la sociedad, y más aún en esta época tan politizada y electoral que estamos viviendo.

Nuestro amigo Agustín de Hipona, conocido también como San Agustín o, en latín, Aurelius Augustinus Hipponensis, es un santo, padre y doctor de la Iglesia. El «Doctor de la Gracia» y fue el máximo pensador del cristianismo del primer milenio y uno de los más grandes genios de la humanidad.

San Agustín es, además, el Padre de la Iglesia que ha dejado el mayor número de obras. Su biógrafo, Posidio, dice: parecía imposible que un hombre pudiera escribir tanto durante su vida.

Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre del año 354 y falleció el 28 de agosto de 430 d. C., en Hipona, Argelia.

Agustín escribe su obra la ciudad de Dios que es un tratado de teología sistemática y de antropología teológica. Una magna obra que le llevó muchos años escribirla, y es la respuesta definitiva del maestro a una inquietud de los cristianos que pensaban que lo que decían muchos romanos tenía algo de verdad, al afirmar que Roma había caído en manos de los bárbaros en el año 410, porque había abandonado la devoción a sus dioses paganos. Agustín argumenta que no es cierto que Roma haya caído porque abrazó el cristianismo, sino que Roma cayó por sus vicios inherentes al propio sistema político y religioso que imperaba.

Agustín hace dos constataciones fundamentales acerca de la política:

a) Falta de verdad de la religión política – La religión política no tiene verdad alguna. Se ocupa de canonizar las costumbres en contra de la verdad – Los pensadores romanos decían que se podía tolerar la falta de verdad en favor de la tradición o la costumbre.

b) El poder de los demonios – La religión política carece de verdad, pero encima de ella hay una verdad, que es que el sometimiento del hombre bajo costumbres contrarias a la verdad entrega al hombre en manos de los poderes anti divinos, a los que la fe cristiana llama demonios.

Sobre esta tierra, la iglesia habita como extranjera, y nunca podrá ser de otra forma, porque su verdadero lugar está en otra parte. Los estados de este mundo siguen siendo estados terrenos hasta el final de los tiempos, mientras que la Iglesia permanece como comunidad de extranjeros hasta el final de los tiempos. Somos extranjeros que caminamos a través de Babilonia, con todos los riesgos que eso implica.

Agustín afirma que hay dos defectos que nos quedaron en el alma a todos, como consecuencia del pecado original y que obstaculizan nuestro crecimiento hacia Dios: la ignorancia y la debilidad:

Sobre la ignorancia en el contexto del pecado original, se refiere a la incapacidad que tenemos para conocernos a nosotros mismos, a los otros y a Dios con absoluta claridad. Siempre hay una especie de niebla, a la que tenemos que poner luz. La ignorancia es la dificultad para entender claramente como aplicar la justicia en circunstancias particulares.

La debilidad del alma explica la dificultad que tenemos, o la falta de voluntad para hacer actos de justicia.

Ambos defectos van juntos, los tenemos permanentemente con nosotros, y por eso no deben ser considerados como desórdenes espirituales separados.

Por otro lado, nuestro querido santo nos ha dejado la respuesta a muchos interrogantes que como cristianos debemos saber, como por ejemplo ¿Qué es una sociedad? ¿Qué hace que una comunidad de seres humanos sea un tipo de grupo diferente a un montón de piedras?

Ésta es la cuestión fundamental de la ontología social: la cuestión de qué es el ser (el logos) para una sociedad, una comunidad o un pueblo.

Agustín corrige al pensador romano Cicerón poniendo el amor en lugar de la ley en el centro de su definición de pueblo. Porque las sociedades pueden ser anárquicas, existir sin justicia, pero no pueden existir sin amor. Entonces Agustín propone una nueva definición:

Una comunidad o pueblo es «un grupo de muchos seres racionales que se reúne por un acuerdo compartido en las cosas que ama».

El concepto ontológico subyacente a esta definición es que a menos que un grupo de personas esté de acuerdo en amar las mismas cosas (sea este amor bueno o malo), no tiene más unidad que una mera colección de cuerpos en un solo lugar, como un montón de piedras.

Agustín, conforme con la cultura latina y el derecho romano, establece que la forma más elemental y originaria de la sociedad es la familia; sin embargo, se distancia de la concepción estrictamente civil y jurídica, considera que la familia es también una organización natural que se funda en el matrimonio:

“la primera alianza natural de la sociedad humana nos la dan, pues, el hombre y la mujer unidos por el vínculo del matrimonio. A estos no los creó Dios por separado, uniéndolos luego como si fueran alienígenas, sino que a la hembra la creó del varón, reponiendo así la significación y la virtud unitiva en el costado, de donde la mujer fue extraída y formada (…) los hijos vienen inmediatamente a consolidar la eficacia de esta sociedad, ya que es el fruto honesto, resultante no solo de la mera unión del hombre y de la mujer, sino del comercio y trato conyugal entre los mismos. (b. conjug., 1, 1)”

Entre los muchos atributos relacionados con el nombre de Agustín: obispo, teólogo, filósofo, Padre de la Iglesia, Doctor de la Iglesia, Doctor de la Gracia, Martillo de los Herejes, el de “activista político”, no encaja inmediatamente en la mente como el mejor conocido o el más convincente. Sin embargo, por muchas razones, Agustín podría adecuadamente ser llamado el “Padre del Activismo Político cristiano”.

Un intercambio de cartas entre Agustín y un oficial imperial de alto rango aclara este punto. Macedonio era un católico que, como vicario imperial para el áfrica, estaba encargado de la administración de la justicia en todas las provincias romanas del áfrica y era, por lo mismo, uno de los más potentes católicos en el gobierno. Veía a Agustín como amigo y como padre espiritual, sin embargo, rechazaba las peticiones del obispo pidiendo clemencia para los criminales condenados a muerte.

En su carta, Macedonio dijo a Agustín que él no creía que los obispos debieran intervenir en los casos que se referían a la pena de muerte ya que esto ‘nada tenía que ver con la religión’. Agustín respondió al vicario imperial explicándole que, ya que la sociedad necesita leyes y penas con el fin de funcionar justamente, también requiere que el Evangelio sea predicado contra los excesos de crueldad que promueve injusticia e impide la reforma de los criminales. Por lo que él insiste que los obispos estaban actuando correctamente intercediendo con los oficiales civiles pidiendo clemencia hacia los condenados. (Agustín, Epístola. 153.16-17).

Otro punto que podemos mencionar es que la Doctrina social de la Iglesia no es nueva; pero si son nuevos sus desafíos, y si bien la Doctrina social de la Iglesia tuvo un comienzo sistemático reflexivo en la Rerum Novarum (León XIII), podemos decir que en Agustín encontramos caminos de intervención de la Iglesia en la sociedad.

Otra de las obras que no podemos dejar de mencionar son “Las Confesiones” que puede ser leída como auténtica crítica política, y lo mismo puede decirse de La Ciudad de Dios.

En las Confesiones, Agustín critica la educación romana que él recibió porque está nutre ambiciones seculares en el joven en lugar de estimular en él, reverencia por la justicia y respeto por la vida humana.

En la Ciudad de Dios critica las ya antiguas políticas expansionistas de los emperadores romanos como injustas, y se hace eco de otras críticas políticas, como las del historiador clásico Salustio, cuando culpa este imperialismo romano como causa de la ruptura de la justicia social entre los habitantes del imperio.

Sin duda en San Agustín encontramos a un pionero insigne, nutrido de la fuerza del Evangelio mismo. Fue un gran obispo del quinto siglo que vivió en la sociedad del tardo Imperio romano y puede ser entendido como gran gestor de la tarea pastoral y social quien nos ha dejado un aporte enorme y hermoso para nuestra tarea de evangelización de la cultura y la sociedad.

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