Los laicos y su misión en las realidades temporales.

En esta oportunidad tenemos el agrado de compartirles una clase magistral que nos ha dado Nicolás Lafferriere. Un amigo de nuestro Movimiento Puente que nos ha brindado su tiempo en el marco de los 50 años y que bajo su autorización vemos muy providente y oportuno compartirles este material a todos ustedes en diferentes entregas.

Estos contenidos se estructuran en temas como: Enseñanzas del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia sobre los laicos; cómo debe comprenderse la figura y compromiso del laico en la Iglesia hoy; cuestiones decisivas para llevar adelante la vocación laical en el mundo de hoy.

¿Quién es Nicolas Lafferriere?

Jorge Nicolás Lafferriere es Abogado egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires doctor en Ciencias Jurídicas, director de Investigación Jurídica aplicada de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Argentina, director de la Revista Prudentia Iuris de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

Autor de diversos libros entre ellos “Ley del aborto comentada” y diversas conferencias sobre ética, derecho, Vida y el compromiso del Laico en la Iglesia en el mundo etc.

Nicolás ha mantenido una relación directa con miembros del Movimiento Puente durante varios años, esto nos comenta de su experiencia con el carisma:

“Conozco al movimiento Puente desde fines de 1996. En aquel entonces, compartimos varios encuentros y proyectos con la comunidad que trabajaba en Buenos Aires. Han pasado 25 años y quisiera expresar mi admiración por la perseverancia y fidelidad al carisma que siempre ha caracterizado a Puente. Recuerdo bien los diálogos (hasta avanzada la noche) especialmente cómo respondían a la siempre decisiva pregunta: “¿Y cuál es el carisma de Puente?”. Me impresionó mucho la simplicidad y a la vez la profundidad de la respuesta: “Nuestro carisma se resume en el pasaje evangélico que dice: “Salió un sembrador a sembrar” (Mc 4,3-9)”.

Así, para preparar esta temática, he vuelto a releer la Parábola del sembrador, para tenerla como marco al momento de abordar el tema que se me ha pedido: “El laico: su figura y compromiso en la Iglesia hoy”.

El laico en el Concilio Vaticano II y el Magisterio de la Iglesia posterior

Primera Parte

Para hablar sobre el laico en la Iglesia es insoslayable referirse al Concilio Vaticano II. A casi 60 años de su inauguración, sus documentos conservan gran actualidad pues han significado una renovación profunda de la Iglesia en su relación con las ciencias modernas, con el Estado y con las otras religiones, como bien expresaba Benedicto XVI sobre el Concilio en su recordado discurso a la Curia Romana el 22 de diciembre de 2005. Justamente, en el contexto de una creciente separación entre fe y cultura, preguntarse por la función y el lugar del laico en la vida y misión de la Iglesia era un tema del Concilio, que quería asumir los desafíos que le había planteado la modernidad.

Así, para comprender las enseñanzas del Concilio sobre los laicos creo que hay dos grandes ideas decisivas. Por un lado y plasmado en este primer escrito, la afirmación de que a los laicos les compete la misión de ordenar las realidades temporales según Dios. Por el otro, el reconocimiento de la legítima autonomía de las realidades temporales. Es en torno a estas dos ideas que se puede perfilar la figura y el compromiso del laico en la Iglesia y el mundo de hoy.

Abordemos en este artículo la primera idea.

Como enseña la Constitución Lumen Gentium del Concilio, por un lado, sabemos que “con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia” (LG, 31).

Se trata de la definición que toma en cuenta los distintos estados de vida eclesiales y define al laico por la negativa, es decir, por oposición a los estados que implican una especial consagración ya sea por el sacramento del orden, como por la llamada a la vida consagrada. Pero inmediatamente después el Concilio Vaticano II precisa por la positiva cuál es la función de los laicos: “Es decir, los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos” (LG 31).

Y luego precisa: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento. Y así hagan manifiesto a Cristo ante los demás, primordialmente mediante el testimonio de su vida, por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad. Por tanto, de manera singular, a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor” (LG 31).

Estos pasajes lo dicen todo y poco queda por agregar. Quisiera enfatizar lo importante que es recordar permanentemente este llamado a ocuparse de los asuntos temporales. Llamado que encierra una exigencia grande, pues se trata de vivir en medio de las realidades temporales, pero conformándose con Cristo en esa tarea.

Por Nicolás Lafferriere.

Continuará…

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